domingo, 1 de junio de 2008

Antes que el Diablo sepa que has muerto

(EN CONSTRUCCIÓN)

Lolita

Extendida en el vocabulario popular habitual, y formando parte de la mitología reciente, la novela de Nabokov se ha asentado como un referente a medio conocer. El término “lolita” es ya un descriptivo habitual que engloba aspectos sociales y propios de tribus urbanas, sin que en muchas (muchísimas) ocasiones sea más que un esbozo, un concepto difuso, que poco o nada coincide con el personaje literario original.

Sinopsis:

La novela trata la relación entre Humbert Humbert, un monstruo humano europeo y de buenos modales; y su objeto de pasión y perversión, una niña americana llamada Dolores Haze, para sus amigos, Lolita. Lo hace desde un punto de vista autoconfesional, de forma que Humbert, ante un imaginario tribunal (nosotros), se excusa, se explica, y nos cuenta su historia en primerísima persona, haciéndonos partícipes de sus deseos y tribulaciones, poniéndonos un poco de su lado, aunque no del todo. El corazón del Lobo Feroz, disecado por el propio lobo, y mostrado al cazador. No hay que engañarse, lo que se encuentra en ese corazón no justifica en ningún modo a Humbert, y nos demuestra que es un ser monstruoso, pero también (y aquí es donde radica la magia de la novela) nos hace cómplices en la sombra de su oscuridad, y nos descubrimos que, si bien el objeto es distinto, el sentimiento no difiere.
A partir de aquí se examina con mucho más detalle la novela, pudiendo revelarse detalles del argumento y la trama.

Estructura y personajes:

Esta novela, en dos actos, nos dispone dos situaciones completamente distintas: la primera, en la que el Mundo de Humbert pasa de un triste gris londinense a un rosado amanecer; y una segunda, caída al infierno del propio Humbert. El papel de Lolita en este viaje de ida y vuelta al cielo, y caída sin frenos al Abismo, es totalmente accidental e impersonal. Al contrario que Tadrio en “La Muerte en Venecia”, donde se revela como atento observador de las atenciones prestadas (y más claramente se observa esto en la magnífica película), Lolita es inocente (tanto como puede serlo una niña de doce años) y víctima de la perversión de Humbert.
No quiere decir esto que Lolita no participe en el juego de seducción, pero lo hace porque es una niña de doce años que está comenzando a tener curiosidad por el mundo de los adultos, no por ser una perversa devora-hombres en miniatura. La capacidad de seducción de Dolores Haze es poco más que la atención que despierta su rostro agraciado y su cuerpo incipiente, pero no posee armas reales (al menos al principio de la novela) que no sean más que la propia imaginación de Humbert.
Muy al contrario de lo que pudiera parecer, el personaje no despierta interés en sí, sino por lo que hace sentir a su amante maduro, ya que la pequeña Lo tiene comportamientos que van de lo anodino a lo arisco, reservando todo su encanto en su belleza física, que es, por encima de todo, lo que atrae al Humbert Feroz.
Por su parte, Humbert, el Ogro, tiene en sus hombros la responsabilidad de hacernos ver a Lolita a través de sus ojos obnubilados, de hacernos sentir lo que él siente con cada pestañeo y cada roce en la mejilla, y lo consigue con creces, haciendo que, si te has enamorado alguna vez, te identifiques con sus sentimientos, aunque seas incapaz de ver atractivo alguno en su objeto de deseo. Es el eterno esteta, que desea atrapar el Tiempo en sus pequeñas nínfulas para que no crezcan. Sabueso a la caza de la nínfula. Sus peticiones de comprensión no son desoídas, pero sí desestimadas, y sus explicaciones no lo justifican, pero sí lo hacen humano (tenebrosamente humano).
Otros personajes secundarios tienen poco valor en la trama, excepto la madre de Dolores, que se ve atrapada por las garras del desdichado cambio, en una madurez solitaria y desquiciante, constantemente compitiendo contra la pequeña Lo en la búsqueda de atención, y sintiendo en su corazón como aguijonazos las derrotas. Además, es la única que ve a Lolita como lo que es (quizás algo deformada por el odio a su juventud, pero con la clarividencia de la maternidad y la constante convivencia): una niña caprichosa, mimada e irritable, con un carácter voluble.
La trama se divide en dos partes bien diferenciadas, que se dividen en un clímax único, al final de la primera parte.

Primera Parte:

ADVERTENCIA: A partir de aquí la trama se detalla punto por punto.

El primer tramo de la novela nos muestra a Annabel, la primera amada y amante de un precoz Humbert, una nínfula y un fáunulo (en palabras del propio monstruo) que se conocen, se enamoran, y en un instante fugaz consiguen alcanzar su mutuo éxtasis, antes que el destino inmisericorde los separe para siempre. Cree ver, el Lobo, en esta primera relación las bases de su amor por las Caperucitas, por lo que él denomina nínfulas, una búsqueda constante de la apreciada Annabel. Pero confiesa que Lolita es distinta a Annabel, es su gran amor, y aunque se asiente en las bases de la otra, se eleva muy por encima en su panteón personal.
Tras una biografía de deprimente Europa, decadencia por doquier, prostitución constante, y una primera y desastrosa relación con una mujer madura, Humbert decide trasladarse a Estados Unidos, atraído por la hija de un primo lejano (atraído por carta, soñando que sea una nínfula).
Es importante ahora definir lo que Humbert llama “nínfula”, que no es un término biológico, sino estético, pero restringido por las maldades del Tiempo que se escurre por el reloj de arena. A saber, la nínfula debe ser mayor de diez años, y menor de catorce. Estas cifras son más bien arbitrarias, y dependen del concepto más nórdico de prepúber, pues una nínfula está atrapada en su crisálida: aún no ha alcanzado la pubertad, pero ya no es una niña (hay que tener en cuenta que la pubertad se retrasa, por norma general, en niñas propias de países de latitudes mayores, y se adelanta cuanto más se acerca al ecuador). Humbert no considera que todas las niñas de esa edad sean nínfulas, por cierto, sino un grupo muy escogido, que no llega a definir bien, pues en sus propias palabras hacen falta unos diez años de diferencia para distinguir a una nínfula, y hace falta ser un amante de nínfulas para encontrarlas, pero dándose estas condiciones (y cuanto más avance la edad, mejor), es sencillo hallarlas. Ante esta descripción parece que el término es reservado a tan solo un grupo reducido y escogido de personas, y eso nos quiere hacer creer en la primera toma de contacto, pero cuando observamos posteriormente que cada niña aparecida es una nínfula para él, encontrando grupos de catorce a quince de ellas en escuelas y parques, nos damos cuenta de lo banal que es realmente la palabra, tan sólo un término inventado para justificar su perversión, y ensalzar un objeto de deseo más vulgar de lo que el propio Humbert quisiera.
Flojea, entonces, la trama, introduciéndonos unos años vacíos de viajes vacíos, por un Humbert vacío que, en ese vacío, se ve libre de sus pasiones.

Como era de esperar, el momento más esperado de esta parte del libro es la aparición de Dolores, una casualidad (feliz para Humbert) que permite al Lobo vivir con Caperucita y su abuelita en la misma casa. La madre de Lolita, una señora viuda y entrada en años (y en carnes) alquila un cuarto al protagonista durante su visita a Estados Unidos, sin saber, sin imaginar, los deseos que despierta su propia hija al Ogro. Durante esta fase (la que más me ha gustado), Humbert sufre por conseguir las atenciones de Lo, la proximidad de la niña, y la busca con la desesperación del hombre enamorado. Todo está rodeado de un halo de aparente inocencia, hasta que comienza a planear y a maquinar el siguiente paso.
La primera de las aproximaciones culpables de Humbert es completamente fortuita, pero no por ello menos culpable. Un contacto que, aunque para la niña no tiene más entidad que la del juego habitual, para él conduce a un orgasmo fatal, el único completamente descrito en el libro, que, sin aludir en ningún modo a un lenguaje soez, transcribe con una realidad meridiana y una claridad oculta tras metáforas y adjetivos el éxtasis sexual. A partir de este momento toda justificación que pudiera haber tenido el Lobo desaparece, es el primer soplido, y la casa de paja ha caído por completo. Qué orejas más grandes tiene.
Humbert ha caído en ese instante en las garras del deseo, y el resto de la primera parte es un constante luchar contra las adversidades del destino, con tal de repetir la experiencia, pero deseando, para tal fin, que Lola no se dé cuenta de lo que ocurre. Pues Humbert, aún siendo monstruo, no desea que la pequeña Caperucita le quite el disfraz. Así que se decide amparar en somníferos para anular a madre e hija, y poder deleitarse en la noche. El Hombre del Saco ha dado la cara. Qué ojos más grandes tiene.

ADVERTENCIA, DESTRIPE DE PARTES FUNDAMENTALES.

Cuando la madre de Dolores plantea que la niña vaya a un campamento de verano, y más allá de eso, confiesa su absoluto y desgarrador amor hacia Humbert (cosa innecesaria, llevaba demostrando ese amor, y luchando contra los intentos infantiles de acercamiento de la pequeña Lo desde su aparición), se trastocan por completo los plantes de Humbert, que decide (y he aquí la monstruosidad de su decisión, ¡abran los ojos, madres solteras!) casarse con la madre de su pequeña nínfula, para poder estar más cerca de ella, y, más aún, aprovechar la oscuridad de la noche para acechar su habitación. El Lobo sopla de nuevo, la casa de madera cae. Qué manos más grandes tiene.
Tras una convivencia difícil para Humbert, la suerte le concede al Lobo lo que no era capaz de hacer en persona. No tiene que comerse a la abuelita, ya se encarga un coche descontrolado de que muera. Y así Humbert Humbert, el Ogro, se convierte en padrastro oficial de Dolores Haze.
Hasta este momento justo, toda ansia de Humbert ha sido puramente especulativa y platónica, ha tenido una vida imaginaria, no un carácter real. Pero sus sueños están a punto de hacerse físicos, parece que el Universo ha conspirado para entregar a Caperucita en las garras del Lobo. Pero no es estúpido, así que en lugar de quedarse en aquel vecindario, conocido por todos, lleno de oídos y ojos, secuestra a Lolita, y la arrastra del campamento de verano, ignorante, la niña, del destino de su madre. Esa noche trata de narcotizar a Lolita para conseguir sus terribles fines, descubriendo, desgraciadamente, que las pastillas con las que contaba no eran tan efectivas como él creía. La tortura se acrecenta, pasa la noche más dolorosamente bella de su vida, notando a Dolores a su lado, moviéndose, mientras él se descompone de anhelo, sin atreverse a satisfacerlo. Llega la mañana, y con ella el milagro: Lolita ha adquirido habilidades en aquel campamento que no venían especificadas en el folleto. El Lobo Feroz estaba cansado de soplar a la casa de ladrillo, pero no hizo falta entrar, pues a su encuentro fue Caperucita. Y que dientes más grandes tiene.

FIN DEL DESTRIPE

Toda esta parte está tratada con una sensibilidad que llega a asustar por la similitud de sentimientos. Nabokov nos traslada en unas pocas páginas a la mente de Humbert, y allí nos deja, sin billete de retorno, torturados por la misma tortura que él, fascinados por el horror de su palabra y su obra. Paradójicas sensaciones. Estas páginas atrapan por su oscura belleza (porque está escrito bellamente), y nos llevan junto a Humbert al clímax de la obra, que no es más que el propio clímax del monstruo. Y hasta ahora, Lolita no ha demostrado más que una naturaleza infantil y algo torpe, inocente.

Segunda Parte:

ADVERTENCIA: A partir de aquí la trama se detalla punto por punto.

La segunda parte supone la huida de los amantes, recorriendo aquel país, hasta hallar un nuevo sitio donde asentarse. Durante unos tres capítulos eternos, el nivel baja de manera increíble, convirtiéndose en una lista (odio las listas cuando leo) de lugares que recorren en su huida. A la novela no le sienta bien viajar. En todos esos capítulos, necesarios no obstante para poder comprender lo posterior de la obra (desgraciadamente) tan solo un par de notas de color nos hacen continuar leyendo. Aquí la relación pasa, de ser el idilio soñado por Humbert, a una realidad fría y decepcionante. Lolita, con el hartazgo de la juventud, en cuanto consigue las atenciones del Lobo, se dedica a ignorarlo de manera sistemática, siempre rodeada de hombres y muchachos debido a su atractivo físico. Mientras, Humbert sufre, pues comprende de una maldita vez quién y qué es Lolita, pero no por ese desencanto decide abandonarla, ni mucho menos. Y mientras, Lo solloza, todas las noches, todas las noches.
Al fin alcanzan una escuela de prestigio en un pueblecito interesante, y la novela vuelve a coger fuerza. Debe pisar fuerte, la historia, en un suelo estable para despegar todo lo posible. Tras una conversación con la directora del colegio (que merece ser tomada como ejemplo de lo que no debe ser un colegio), y la cercanía de un nuevo monstruo humano (amante de fáunulos, en este caso), comienza un periodo de paz relativa, en la que la pequeña Lolita utiliza de manera simple al idiotizado Humbert, llegando a usar el sexo como arma para conseguir sus propósitos, como es lógico pensar que podía ocurrir. Caperucita encuentra la escopeta, la coge con fuerza, y a través de ella el Lobo obedece.
Ocurre que, en su paranoia, Humbert descubre a alguien siguiéndolos, lo que provoca una febril huida que parece que no va a tener fin. Y en ese momento, Lolita desaparece. Llega tramo final, y quizás el más cuesta arriba, de la novela, una sucesión de horribles angustias que tiran de Humbert en todos los sentidos, que lo conducen de una parte a otra, escenificando el lenguaje de forma adecuada el caos que vive en su mente.
Cuando al fin encuentra a Lolita, casada, embarazada y dependiendo de un niñato sin oficio ni beneficio, en la más absoluta de las decadencias, el sueño se esfuma, la búsqueda de Caperucita ha terminado, y lo último que queda ya es ajusticiar al Cazador, que se la ha llevado, la ha arrancado de las tripas del Lobo, y luego la ha tirado como una muñeca rota. El final justifica, en parte, el haber leído este segundo acto de la historia.

FIN DEL DESTRIPE

Desmitificando a Lolita:

Es gracioso notar lo extendida que está la palabra "lolita" en el vocabulario sexual, siendo la definición un eco débil del personaje que la motiva. En cierta entrevista, cierta actriz aseguraba que tenía fenotipo de lolita: caderas anchas y pechos pequeños. Cuando una adolescente se viste de colegiala añadiendo oscuridades y transgresiones a su hábito, se autodenomina goth-lolita. En cierto modo, la fantasía de la colegiala, arraigada también en el influyente Japón y exportada a través del manga, se ha apropiado del término "lolita" sin haberse molestado en leer la novela.
Dolores Haze, como niña americana de 12 años y constitución propia de animadora de telefilme, es espigada y de miembros gráciles y delgados. Como cualquier niña, sueña con un actor famoso, fantasea, se divierte con sus amigas, y ve el mundo de los adultos con anhelo sin mucha información certera sobre qué es el sexo. Para que Lolita aprenda a usar el sexo para manipular al adulto Humbert es necesario que él le demuestre lo sencillo de manipular que es: es el Lobo quien el da armas a Caperucita para manejarlo a su antojo. No tiene la picardía natural que se le atribuye, sino que la adquiere en un aprendizaje sencillo. Para más información, es caprichosa y mimada, voluble, y con una capacidad olímpica para el aburrimiento.
Estas características, propias de su edad, y tan bien reflejadas en la novela, chocan de frente con el concepto que intenta representar la "lolita" actual; esto es: una bomba sexual picante que utiliza de forma consciente su inocencia como fuente de excitación e incitación. Es una adulta jugando a ser niña, sabiendo perfectamente qué está haciendo. El chantaje más complejo al que llega Lolita es un "si no me aumentas la paga, esta noche no haremos "eso"". Nada de chupachups, faldas misteriosamente recogidas, paseos sensuales o sentarse en las rodillas.
Lo que se desprende de la novela es que el que una mujer adulta (o una adolescente mínimamente madura) quiera adjudicarse la palabra "lolita" como definición es, sobre todo, triste, ya que el personaje es de una vulgaridad natural tan alta que está falto de encanto para cualquier persona mínimamente racional, y el único que puede hallar en ella un objeto de deseo insoportable de lo intenso es el monstruo Humbert.

Grito al vacío, y ni eco hay. El mundo no va a cambiar su forma de hablar por las palabras que estén aquí escritas, ni mucho menos. Pero que nadie se lleve a engaño: el único atractivo que hay en Dolores Haze es lo que siente Humbert hacia ella; que nadie pretenda parecer más interesante llevando su nombre como bandera, porque sin duda hay muchas mujeres más interesantes que Lolita (vayan o no vestidas de colegialas).